La Iglesia Catedral es el templo más antiguo de San Miguel de Tucumán. Si contamos desde que empezó su construcción, suma 166 años de vida; y si partimos de la habilitación formal, contabiliza 158 años.
Resulta difícil imaginar ahora el impacto que representó su aparición, para el vecindario de la chata ciudad de entonces. No solo porque su imponente altura refulgía entre un caserío donde las dos plantas eran una rareza. Ocurría que, sobre todo, inauguraba un estilo arquitectónico absolutamente desconocido por la población.
Nada parecido mostraban las humildes iglesias norteñas de entonces, edificadas en los años de la colonia. Ese gran pórtico con columnas dóricas, o ese par de torres con cúpulas en forma de cebollas (para no hablar de otros detalles), implicaban una verdadera ruptura con todo lo conocido hasta entonces en materia de arquitectura religiosa, en esta parte de la Confederación Argentina.
La nueva Iglesia (llamada Matriz hasta 1898, año en que se instituyó el Obispado y pasó a ser Catedral), tiene una larga historia. Se han ocupado de ella los estudiosos Celia Terán, Carlos Ricardo Viola y Liliana Meyer, esta última en un libro específicamente dedicado a ese templo y al Cabildo de nuestra ciudad.
Templo del siglo XVIII
El primer recinto eclesiástico que tuvo esta capital al trasladarse desde Ibatín al sitio actual, en 1685, fue una humilde habitación con paredes de barro y techo de paja. Allí se veneraba a los vicepatronos, San Simón y San Judas Tadeo. El segundo fue también muy humilde. El Cabildo ordenó levantarlo, en 1693, para que albergara a los referidos santos y sirviera, a la vez, como “fábrica” de una futura Matriz.
El terreno destinado a ese fin –dos solares frente al costado sur de la plaza- se estrenó en 1760, cuando pudo inaugurarse la primera Matriz, gracias a los esfuerzos del presbítero Felipe Martínez de Iriarte. Al poco tiempo, se instaló un cementerio sobre el costado oeste del solar. Conocemos el perfil de ese templo, con dos torres, gracias al dibujo existente en un plano de 1790. Pero los malos materiales y la humedad, hicieron que pronto aquella primera Matriz se deteriorara.
Tanto, que en abril de 1794 el Cabildo ordenó cerrarla y trasladar las funciones a San Francisco. Pero el párroco Luis Santos del Pino se opuso y siguió dando misa en la calle, mientras se pedía a España la mitad del dinero para las reparaciones: a la otra mitad, la aportaría el vecindario. Las demoras de la real burocracia y lo precario de estos arreglos (si es que se hicieron), no podrían detener la destrucción. El local quedó fuera de uso y en ruinas.
Proyecto del francés
Pasaron los años. Los apuros de la Guerra de la Independencia y de la Guerra Civil que siguió, no permitieron ocuparse del asunto. Sólo aparece, en plena Liga del Norte (1840) un decreto del gobernador delegado, doctor José Eusebio Colombres (luego obispo), que fijaba un impuesto sobre panaderos y empanaderas para apoyar la obra de la Iglesia de Monteros y para empezar la Matriz, de la que la ciudad, decía Colombres, “ha carecido por muy cerca de cincuenta años, con no pequeño desdoro de sus gobernantes y vecindario”.
A mediados de esa década, el ingeniero francés Pedro Dalgare Etcheverry puso en manos del gobernador, general Celedonio Gutiérrez, un proyecto de la futura Matriz. El plano, expresaba, “no tiene más objeto que prestar gratuitamente un servicio a un país que lo miro como propio”. Gutiérrez se entusiasmó con la iniciativa y la puso en marcha.
Los preparativos empezaron en 1845. Entre ese año y 1847, se fabricó el material y se demolió lo que quedaba de la Matriz vieja. Y en 1848 comenzó formalmente el trabajo, con la excavación de los cimientos. Más de setecientos peones trabajaban a las órdenes de los maestros de albañiles y los capataces, dependientes todos del maestro mayor, Alejandro Caldelara.
Muchos años
Al fondo del solar, estaba el corral para las reses que consumían los trabajadores, y para los bueyes que tiraban las carretas que iban y venían, trayendo materiales, de Lules y de Monteros. Las dos cortadas de ladrillos se emplazaron en el bajo de la ciudad. La población apoyaba con fervor. Según los recuerdos de don Florencio Sal, “gobernador, dignidades, damas y caballeros, exteriorizando alegrías y entusiasmos místicos, transportaban piedras para el templo”.
La obra fue administrada al principio por el citado doctor Colombres, y desde 1845 hasta 1852 por el eficacísimo don Juan Manuel Terán, quien años después sería gobernador. Gutiérrez requirió, sin éxito, donativos a todos los “cristianos generosos” de la Confederación. Resolvió un impuesto especial sobre yerbas, naipes y cuchillos, y otro sobre los diezmos, todo destinado a la obra. Además, gestionó una ley que lo autorizaba a vender la totalidad de los inmuebles del Estado, con el mismo fin.
En 1851, Gutiérrez contrató a Félix Revol, pintor francés radicado en Córdoba, para encargarse tanto de la decoración de los muros como de la confección de esculturas, colocación de pisos, cielos rasos, rejas y multitud de otros trabajos decorativos. Además, tenía la misión de colocar en su sitio el órgano que el Gobierno había adquirido en París.
Claro que el general Gutiérrez ya no estaba en el gobierno cuando la Matriz finalmente se inauguró, el 19 de febrero de 1856. En la ceremonia, la homilía estuvo a cargo del ya célebre Fray Mamerto Esquiú.
Obras en la larga vida
Empezó así la vida del templo, cuya primera imagen gráfica consta en un dibujo ejecutado a lápiz por Juan León Palliere, en 1858. Desde entonces, la Matriz fue destinataria de varias obras, que sería demasiado largo enumerar en detalle.
Por ejemplo, a comienzos de siglo XX se bajó su piso y se reemplazaron por baldosas los ladrillos pintados que tenía. Tras la demolición del Cabildo (1908) su reloj fue colocado en una de las torres. En 1912, el escultor Juan B. Finocchiaro ejecutó, para decorar el frontis, el relieve que representa el Éxodo. Años después, las mayólicas blancas y azules de las torres se reemplazaron por pizarra escamada y se construyó, sobre calle Congreso, el local de la Curia.
La reparación más importante tuvo lugar entre 1937 y 1941. Significó el cierre del templo por cuatro años, para reconstruir la cúpula y reparar todo el interior. A causa de estos trabajos desaparecieron, lamentablemente, las pinturas de Revol. El altar mayor fue cambiado en 1947-48. En la década de 1950, inexplicablemente, se confió la decoración de las paredes a un pintor de carteles de cine, Luis Brihuega. Y en 1941, por decreto del 12 de agosto, la Catedral de San Miguel de Tucumán fue declarada monumento histórico nacional.